Su Ventana
Hoy es la fecha. La misma desde hace años. Apenas abre los ojos recuerda el día, y se prepara para ver por su ventana.
Elige con cuidado la ropa, emprolija el peinado, se pone el collar de cuentas de papel que él le regaló, enciende el viejo grabador para que inunde la casa con aquella música y finalmente apresura las tareas, para poder estar libre antes de la una de la tarde.
Entonces, temblorosamente abre la puerta del cuarto. Mira uno a uno los objetos que marcan etapas: el desteñido conejo de tela, algunos soldaditos, indios a caballo, el revólver con cebitas, los miniautos de colección, los libros, el distintivo del colegio, el gorro del viaje de egresados, los guantes y la bufanda para ir en moto a la fábrica…
Una opresión sube desde el estómago hasta abarcarle el pecho y la garganta. Esta vez no tiene el desasosiego ni la boca amarga de aquella noche, cuando se quedó sin lágrimas.
Ahora sabe, aunque tal vez jamás entienda. Aprendió el miedo y aprendió el coraje. Y recorrió incontables caminos, que la retornan a este cuarto y a la secreta ceremonia de asomarse a la vida por una pequeña ventana – sobre la pared izquierda- de 21 cm. de ancho por 30 de alto.
Con su frente sobre el vidrio ve los días de la niñez; los asombros de la adolescencia; la sonrisa, el nacimiento del amor; las broncas; los sueños; los ideales; la fuerza del compromiso.
Y después… ¡Lo inexplicable! El terror. La injusticia. Los detenidos desaparecidos. Los crímenes.
Todo está allí en su ventana.
También la lucha y el dolor que quema y la plaza y la senda circulando y la Verdad.
Aleja su frente y acaricia los bordes de su amada ventana: el portarretrato de Fernando. Besa la foto. Sale con serenidad.
Su hijo la mira desde otra ventana. Una grande. Ubicada bien arriba, en el sitio de los que trascendieron la muerte.
Diana Alvarez