Los Sueños
Me refugio en los sueños.
Me sumerjo en sus liviandades, en sus transparencias, en sus opacidades, en sus vericuetos de contradicciones, en sus variadas alturas de cavernas o de cimas, en la furia del entorno de sus huracanes o en la calma de sus centros.
Reconozco el territorio de los sueños como antonomasia de lo absoluto de la pertenencia, de lo individual.
Siento que los sueños son la mensura de la esperanza, el ensayo previo que necesita la acción.
Ellos me preceden, yo voy detrás caminando o corriendo, en mis días de mansedumbre o de angustia, con el silencio de mis lágrimas, con el ruido de mi risa, voy terca, empedernidamente tras ellos.
Pienso en mis sueños para moldear mis circunstancias.
¡Qué tema el de los sueños! Hay quienes los consideran inútiles por no creer que sean senderos para arribar a buenos resultados ¿Acaso las quimeras no pueden concretarse?
Demasiadas veces escuché mencionar lo vano de los sueños y entonces me remito a pensar si es inútil la crisáida de la cual surge la vida en la forma totalizadora de su ciclo, transformada en mariposa.
Con los agnósticos de los sueños quisiera arribar a la serena comprobación de que los hombres atesoramos allí la vibración primigenia de nuestras creaciones.
Alguna vez intentaron convencerme de que las utopías no existen. ¡Vaya que existen! o ¿podemos aceptar que porque algo parezca inalcanzable no tiene condición de existencia? Yo afirmo que lo más válido de las utopías es que son necesarias y distingo que algunos sueños no son utópicos, pero tanto éstos como aquellas son componentes de la intensidad de la vida. Soñemos!
Diana Alvarez